El hombre que inmortalizó a Jim Morrison, Iceman, Batman y Doc Holliday en la pantalla tenía una vida secreta, lejos del reflector hollywoodense. Mientras el público lloraba sus papeles icónicos y su partida prematura, pocos sabían que la verdadera pasión de Kilmer no era actuar… era pintar. Y lo más interesante: su arte podría ser lo que realmente lo trascienda. ¿Pero era bueno?
De estrella de blockbusters a maestro del pincel
Antes de entrarle a su etapa como artista, hagamos memoria. Val Kilmer fue el galán definitivo de los 80 y 90—carismático, impredecible y con un talento brutal. Egresado de Juilliard, debutó en cine con Top Secret!, esa joya absurda de los mismos que hicieron ¿Y dónde está el piloto?. Luego vino Iceman en Top Gun, robándose escenas con su estilo frío y letal. Los Gen-X y millennials crecimos viéndolo transformarse en Jim Morrison, pelear con los fantasmas de Doc Holliday en Tombstone, y ponerse la capa de Batman. Con más de 100 créditos en 40 años, Kilmer era un camaleón: intenso, excéntrico y entregado. Su diagnóstico de cáncer de garganta en 2014 y la traqueotomía que le siguió frenaron su carrera como actor, pero aun así volvió con todo en Top Gun: Maverick (2022), dejando claro que no se rendía tan fácil.
Fuera del cine, Kilmer lidiaba con preguntas más profundas—y no las contestaba con guiones, sino con pintura.
Y vaya que pintaba.
¿La obra de arte oculta de Val Kilmer o solo otro capricho de celebridad?
Lo que hacía Kilmer con el arte no era lo típico de un famoso buscando hobby. Esto no era un “proyecto de ego” al estilo influencer. Sus pinturas y collages tienen una vibra cruda, intensa y espiritual; se nota que vienen de alguien que estaba cuestionando su fe, la fama y su propia mortalidad. Inspirado por su crianza en la Ciencia Cristiana y por el talento artístico de su hermano Wesley, el estilo de Kilmer mezcla iconografía bizantina con el caos multimedia tipo Robert Rauschenberg. Imagina hojas de oro y símbolos religiosos combinados con pedazos de guiones, notas personales y recuerdos de películas. Es como si estuviera desarmando su personaje de Hollywood y reconstruyéndose en el lienzo.
La crítica está dividida. Algunos aplauden su obra por su fusión valiente de cultura pop y espiritualidad. Otros, en cambio, ven sus obras abstractas con esmalte sobre metal como caóticas y sin pulir. El New York Times dijo alguna vez que su arte era “una fusión literal entre su vida hollywoodense y sus reflexiones privadas”, pero también hay quienes dicen que le falta técnica. Lo ames o lo odies, lo que no se puede negar es que lo suyo era brutalmente honesto.
El estilo de Kilmer grita “anti-perfección”. Sus brochazos de esmalte de colores y el uso de collages se sienten como una gran rebelión dirigida a las reglas del arte de galería tradicional. Expos como Valholla en la Woodward Gallery de Nueva York (2017) o Some Notes on Nature se inspiraron tanto en su herencia nórdica como en su amor por los cuentos de Mark Twain. No fueron expos masivas—su arte nunca tuvo ese trato de taquillazo—pero sí atrajeron a fans curiosos y coleccionistas. En redes incluso comentaron que varias piezas se vendieron después de su muerte, lo que apunta a un culto artístico que va en aumento.
¿Su legado? Una necia y silenciosa insistencia en hacer arte a su manera, sin pedir permiso.
La última ovación de un hombre renacentista
La partida de Val Kilmer marca el fin de una era para quienes crecimos citando “I’m your huckleberry”. Como actor, era pura chispa; como pintor, era intrépido. Su arte no buscaba seguir modas ni caerle bien a los críticos—era su manera de enfrentarse a las grandes preguntas de la vida, a todo color. Nos enseñó que la creatividad no se apaga cuando se apagan las cámaras. Sus lienzos, igual que sus actuaciones, seguirán generando debate e inspirando a los que sueñan en grande. Descansa en paz, Val—nos dejaste un legado tan audaz como esa sonrisa tuya en Top Gun.
¿Y tú qué opinas? ¿El arte de Val Kilmer fue una joya escondida o solo una excentricidad más?