• Publicación de la entrada:septiembre 26, 2024
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Las obras de arte no solo son motivo de admiración, también son el objeto de una industria multimillonaria, orgullo nacionalista, moneda de cambio y negociación ante sentencias criminales y fascinación para los intelectuales, los coleccionistas y los ladrones.

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A lo largo de la historia reciente, digamos desde 1683, fecha en que el londinense Museo Ashmolean, la primera institución museística universitaria, abrió sus puertas a toda la población, han existido un número considerable de robos de obras maestras dentro de los museos y por supuesto imposible saber todas aquellos robos que hayan ocurrido a colecciones particulares, por ejemplo en este rubro, y debe de haber miles de historias parecidas, una reciente es la ocurrida en Enero de 2022 cuando tres ladrones hurtaron dos dibujos al carbón que Dalí realizó en 1922 para ilustrar una lujosa edición de ‘Les gràcies de l’Empordà’, libro del político Pere Coromines que no llegó a publicarse.

Así, en el campo de robos en museos, de los que me gustaría ir conociendo y hablando paulatinamente en estas publicaciones, destacan por ejemplo el robo del Museo Isabella Stewart Gardner conocido como el robo más grande de la historia, pues el motín está valuado en más de 500 millones de dólares o bien el robo en el National Museum del que entre otras, los ladrones robaron un Rembrandt que más adelante cuando fueron capturados pretendían rematar en cien mil dólares o bien el robo de dos Van Gogh en sólo 3 minutos y cuarenta segundos que se conoce como el robo más rápido.

A pesar de estas increíbles historias y de muchas más acontecidas en el voluminoso terreno de robos de obras de arte, hay uno que destaca entre todos por su fama e importancia.

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Fue en la mañana del 21 de agosto de 1911, cuando el mundo del arte se sacudió con la noticia de un robo sin precedentes, la Mona Lisa, la obra maestra de Leonardo da Vinci, había desaparecido del Louvre. El ladrón detrás de este robo fue Vincenzo Peruggia, un artista y trabajador de museo italiano que, animado por un sentido de nacionalismo, se embarcó en una audaz misión que, sin saberlo, convertiría a la obra en uno de los íconos más importantes de la historia del arte.

Peruggia, un hombre de origen humilde pero apasionado por el arte había trabajado en mantenimiento en el Louvre y se dice que había ayudado a construir la protección con la que se resguardaba a La Gioconda, así que un buen día entró como Juan por su casa cuando el museo se mantenía cerrado, desmontó la obra y la sacó del museo oculta bajo su saco. ¿Su motivación? no era otra que un sentido nacionalista y amor por su Italia, él quería regresar la obra a su país, pues pensaba que ésta habría llegado a Francia como parte de las obras robadas o adjudicadas a Francia en la época de Napoleón. Es decir, su motivo no era otro mas que devolver la pintura a Italia como un acto de reivindicación cultural.

Está de más decir que el descubrimiento del robo que tardó más de 24 horas (en ese tiempo era normal que hubiera labores de mantenimiento y que las obras fueran de pronto trasladadas a otras salas o cuartos de los museos para ser fotografiadas), causó un revuelo inmediato que desde luego trascendió a los medios y dejó muy mal parada a la policía francesa y particularmente a la seguridad del museo que ya en el pasado había sufrido algunos robos similares, claro que jamás de esa magnitud. El alboroto fue tal que entre los primeros sospechosos figuraban figuras prominentes del arte, como el pintor Pablo Picasso y el poeta Guillaume Apollinaire. Ambos fueron interrogados por debido a sus conexiones con círculos artísticos y sus posibles motivaciones personales. Al final, las acusaciones contra Picasso y Apollinaire fueron infundadas y, aunque eventualmente se demostraron inocentes, el proceso de investigación tuvo un impacto temporal en sus reputaciones.

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La resolución del caso llegó en diciembre de 1913, gracias a un inesperado giro del destino. Peruggia, tratando de vender la pintura en Italia, se puso en contacto con Giovanni Poggi, un experto en arte que, al examinar la Mona Lisa, sospechó de su autenticidad. Poggi, reconociendo la importancia de la pintura, alertó a las autoridades italianas, quienes, tras una investigación exhaustiva, recuperaron la obra y la devolvieron al Louvre en enero de 1914. La pintura fue recibida con gran entusiasmo y alivio, marcando su regreso como un evento monumental en la historia del arte.

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El impacto del robo en la percepción de la Mona Lisa fue profundo. Antes del incidente, la pintura ya era respetada, pero su desaparición y regreso la catapultaron al estrellato global. La historia del robo se convirtió en una parte integral del mito de la Mona Lisa, generando una narrativa de misterio y drama que continuó cautivando al público y a los críticos. La fama de la pintura se vio reflejada en una serie de reproducciones y adaptaciones que comenzaron a aparecer en diversos medios y formatos.

La obra de Leonardo, ya de por sí célebre, vio un incremento significativo en la cantidad de copias, sátiras y versiones artísticas tras el robo. Artistas como Salvador Dalí y Marcel Duchamp realizaron sus propias interpretaciones de la Mona Lisa, a menudo utilizando la imagen de la pintura para explorar temas de identidad y percepción. Duchamp, por ejemplo, creó una famosa obra llamada L.H.O.O.Q., donde añadió un bigote y una barbilla o piocha a una reproducción de la Mona Lisa, ofreciendo una crítica irónica al arte y al valor de la originalidad.

Hoy día la importancia de la Mona Lisa en la historia del arte radica no solo en su maestría técnica y el enigmático retrato de Lisa Gherardini, sino también en cómo su historia ha resonado a través de las décadas, siendo lo que quizá más se admire de la obra, sea la habilidad del genio florentino para capturar una expresión que parece cambiar con la perspectiva del espectador.

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Aunque parte de las consecuencias del robo en comento fue el incremento en la seguridad por parte de los museos, como dije antes, después de 1911 ha habido innumerables robos imposibles de creer, ya sea por el número de obras sustraídas, por la velocidad en que desaparecen o bien por la ironía que supone robar obras que pesan toneladas. Supongo al fin, que así como la fascinación por las obras persiste en aquellos que las admiramos por su belleza, su técnica, su importancia o por las emociones que nos despiertan, igualmente la fascinación por su valor económico persiste en la mente de los criminales que las desean ya sea para crear fortuna o para verlas colgadas en las paredes de sus aposentos.

Uno de los muchos mitos alrededor del robo y de la obra es el basado en las revelaciones del historiador del arte Karl Decker quien reveló en 1914 que había conocido a un misterioso marqués llamado Eduardo de Valfierno en Casablanca. Según Decker, Valfierno había sido el verdadero cerebro detrás del robo, quien planeaba realizar varias copias de la Mona Lisa, las cuales, pasando por auténticas, serían vendidas a coleccionistas incautos. Aunque esta teoría ha sido discutida y cuestionada y jamás confirmada, sí añade un matiz adicional al ya complejo relato del robo.

Finalmente, el robo de 1911 también suscitó debates sobre la autenticidad de la Mona Lisa que se conserva en el Louvre. A lo largo de los años, algunas teorías han sugerido que la pintura que regresó al museo podría no ser la original, alimentando especulaciones y conflictos sobre la veracidad del arte que hoy en día se exhibe. Estos mitos y debates que tampoco se han probado y que estoy seguro de ser ciertos jamás serán develados, no han hecho más que añadir al enigma y la fascinación que rodea a esta obra maestra.

En resumen, el robo de la Mona Lisa en 1911 no solo marcó un hito en la historia del arte, sino que también transformó la pintura en un símbolo de misterio y controversia. Desde las acusaciones infundadas contra figuras prominentes, después se convertirían en mucho más prominentes, hasta la revelación de un plan de falsificación como el supuestamente ideado por Valfierno, la historia de la Mona Lisa, quizá la obra más famosa del mundo, continúa siendo un ejemplo fascinante de cómo el arte puede capturar la imaginación y el interés global, reflejando tanto la complejidad del contexto histórico como la perennidad de su impacto cultural.


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