Alfredo Zalce
México
(1908 – 2003)
Nació en una ciudad de provincia de ricas tradiciones culturales (Pátzcuaro, Michoacán, Enero 12 1908) y se le considera hoy en día como uno de los artistas más destacados de México. Sus obras más conocidas, internacionalmente famosas, tales como los siguientes murales, Defensores de la Integridad Nacional (Fresco, Museo Michoacano, Morelia, 1951) Importancia de Hidalgo en la Independencia (Fresco, Palacio de Gobierno, Morelia, Michoacán, 1955-57) Historia de Morelia (Fresco, Cámara de Diputados de Michoacán, Morelia, 1961-62) contienen como estructura compacta series de dibujos que revelan el panorama humano y social de México en las décadas posteriores a la Revolución.
Se trata de dibujos de un estilo inconfundible, de trazo decidido, nítido y preciso, cruel si es necesario, que hacen visible la insobornable observación de la naturaleza que identifica a este artista singular. Las líneas gráficas de Zalce transmiten igualmente el idealismo de un hombre del nuevo mundo que no se da por vencido. En su obra que abarca el más amplio abanico de técnicas, desde el dibujo y la pintura, a la escultura, el relieve y el grabado, no ocurren repeticiones, aparece siempre una fresca imagen de lo entrañable y lo poético, debiéndose a este vigor la impresión intensa y objetiva que causa el arte de Zalce. Son formas que se desenvuelven sorprendiendo hombres y cosas tal como existen, debajo de artificiales envolturas hechas de convencionalismos, cautela e hipocresía, en busca del hombre ideal que todavía puede salvar al mundo. En 1958 el propio artista escribe: En momentos cuando hasta el hombre sensible cargado de problemas no tiene tiempo para la contemplación o goce de manifestaciones culturales, cuando vemos cómo día a día se envilece el gusto del pueblo con toda clase de engendros de arte comercial, cuando la juventud contempla atónita el éxito de dudosos campeones de boxeo, el endiosamiento de artistas de cine, idiotizantes programas de televisión, toneladas de historietas dibujadas, en fin, todo ése fúnebre regocijo en lo podrido, es un bello espectáculo ver como un joven pintor, hijo del pueblo, se presenta con una exposición de calidad para recordar que en ése pueblo está la fuente limpia de donde salen todas las fuerzas creadoras del hombre . En la presente etapa de desarrollo de la historia del arte mexicano, Zalce constituye un capítulo aparte que se deriva de la observación, exacta de la ley de los valores. Sus primeros cuadros pintados a la edad de veinte años – comienza joven acostumbrado siempre a las imagenes plásticas en casa de su familia, ya que sus padres, Ramón Zalce y María Torres Sandoval fueron fotógrafos – muestran un gran talento para la forma, un colorido rico, sutilmente degradado y un oficio comparable al de los antiguos artífices michoacanos. Cualquier obra de este primer período Retrato (1930), Carnicería, 1938) lo identifica como un pintor consciente de su tiempo, un “naturalista” estudioso del hombre y su entorno. A lo largo de su trayectoria de más de sesenta años de pintar, una obra tras otra crea la curiosa impresión de la victoria, de que el artista va a conseguir la humanización de la bete hitwaine y es que en cada figura Zalce concentra todas sus energías, no solo las necesarias para forjarse una técnica de precisión, sino las experimentales para configurar un escenario dinámico sugerente de una realidad más humana y justa.
Todos sus experimentos, desde sus años iniciales, incluyéndose su interés por fundar escuelas de pintura y talleres de artes plásticas, se llevan a cabo con el celo de un joven estudiante interesado en ser él mismo y no otro. Entre sus disciplinas tempranas, algunas heredadas de maestros tan notables en la Escuela de San Carlos, como Germán Gedovius en pintura; Leandro Izaguirre y Sóstenes Ortega en dibujo, Juan Pacheco en perspectiva, Carlos Dublán en anatomía y José María Lozano en historia del arte, quienes contribuyen a definir valores esenciales del arte mexicano, destaca la de limitarse a un colorido suave, próximo a la monocromía, recurso que en el caso de Zalce aumenta la plasticidad. Pronto resume el “lirismo realista” que lo caracteriza, apareciendo en su pintura al lado de escenas placenteras de la vida cotidiana del pueblo, formas y símbolos de poderosa crítica social que corresponden al expresionismo. A lo largo de una trayectoria de seis décadas, Zalce dibuja y pinta espontáneamente yuxtaposiciones y primeros planos matéricos y polimatéricos. Los muros de sus casas y pueblos resultan transparentes, dejando adivinar detrás de ellos hombres y mujeres que polemizan o se aman o bien ocasionalmente se matan, como en las series de la amenaza de la guerra (El duelo, acrílico, 1974, Deshuesadero, acrílico, 1979) y las de espíritu antimilitarista por ser Zalce ferviente pacifista. Dentro de esta tendencia luminosa surgen y se desarrollan las series de gozosa claridad características del artista en todos los períodos, de las cuales, ejemplos maestros escogidos al azar, son Retrato 1930), Autorretrato ( 1943), Retrato de María y Marcela Zalce (1955), La jarra azul (1971), El espejo (1974), Vendedora de sandias (1980). En estas obras que dan lugar a amplias series, reina y se enlaza el misterioso sistema de atracciones recíprocas que identifica a Zalce. A través de ellas se hilvana un mundo hermético, pero posible, abstracto en la geometría purificadora de las formas y en la luz pura y sin vibraciones en que gravitan seres y cosas y sobre todo, concreto en su adherencia a una realidad elemental. Gentes, árboles, montañas, arquitecturas, resultan elementos primordiales del mundo ideal que el artista vive y descubre junto a su pueblo, en la provincia, trabajando libremente en su taller la aspiración a transfigurar la realidad que pronto constituye una novedad en el ambiente plástico de su época. Personajes y cosas absortos, a veces con gestos lentos y majestuosos, con impasibilidad o con devoción serena, dejan de libertad al espectador de concentrarse en los efectos determinados por formas, colores y líneas. Se descubren y se gozan volúmenes cúbicos y piramidales, siluetas de frente o de perfil que hacen de soporte a colores soleados y exentos de sombras y la belleza de esas yuxtaposiciones curiosas y refinadas que en su conjunto configuran el reino encantado de formas incorruptibles y de tintas puras que hace diferente a Zalce de cualquier otro artista. Destacado representante de la cultura de su tiempo, Zalce entiende a sus antepasados artísticos y considera la tradición mexicana en las artes plásticas como iniciada en el horizonte prehispánico. Obras diversas como Yucateca (caseína, 1946 y aguafuerte en zinc, 1947), 1968 (escultura en bronce, 1972), La luna (escultura en bronce, 1978) expresan estas convicciones. Desde 1931, cuando en la Escuela Central de Artes Plásticas convive en la cátedra de litografía de Emilio Amero con Francisco Días de León, Carlos Orozco Romero, Carlos Mérida y Francisco Dosamantes, se da cuenta de que el artista trascendente esta hecho también de tiempo y circunstancia. Ese mismo año realiza tres litografías para ilustrar en la revista Contemporáneos un poema de Bernardo Ortiz de Montellano y toma cursos de escultura con Guillermo Ruiz en la Escuela de Talla Directa ubicada entonces en el ex-Convento de La Merced.
Alfredo Zalce murió el día 19 de Enero de 2003.